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``Palestina y la buena hija``

  • Writer: Alejandro González Franco
    Alejandro González Franco
  • May 21, 2024
  • 6 min read

Updated: Jun 2, 2024




El gran teatro del mundo ya está montado y toca la hora de decir a aquellos que saben de historia que los palestinos son los nuevos judíos; condenados a vagar por tierras extranjeras con la añoranza de lo que algún día fue su patria (ahora arrancada de sus manos por pichones de tiranos- pichones que pregonan su historia de amargos lamentos en el siglo pasado, pero que en verdad no hacen más que convertirse en el monstruo de sus pesadillas: una historia tétrica y una histeria colectiva son capaces de crear estos engendros).


El teatro, sin embargo, se cae a pedazos o está muy bien montado. Sus huecos los tapan vulgarmente con la más común de las arcillas y cuando todo el poder de una nación viene a recaer en los hombros de otra para volverle poderosa, esta se convierte en una hija (una buena hija) que debe cuidar a su padre, que le dio poder. No obstante, no es suficiente, pues el teatro del mundo se conjuga de manera tal que todo cuanto pasa se convierte para el buen observador en una memorable obra más; y sí, ser poderoso te gana lealtades, pero no, no es suficiente para desvirtuar las atrocidades que se cometen.


Esa buena hija se vuelve, por memoria histórica, necesidad y compromiso, en protectora de su padre, el ``indefenso`` padre; al punto que se hace la de la vista gorda cuando el anciano, por cualquier motivo (incluso hasta por paranoia) lanza un escupitajo a aquellos que le rodea.


La retórica de la víctima mata la inocencia, pero no olvidemos que esto es un gran teatro y todo cuanto se vea tiene un fin calculado, aunque sujeto a las manos errantes de los hombres. Esta retórica, amparada en armas y la protección de una buena hija, puede crear el deseo de ser mucho más de lo que ya se es: cuando esto ocurre, la crueldad se convierte en el estandarte oculto de las humanas promesas (no querrá saber usted de qué es capaz una persona entonces).


La buena hija, a la que se le entregó el poder, brinda ahora el elixir de la guerra al anciano y todo el mundo lo ve y esta maravillosa entrada forma parte del gran teatro del mundo. Dirían esos buenos observadores que Leibniz tenía razón: «este es el mejor de los mundos posibles». En ese mundo idílico posible, la barbarie se justifica sin más (pero no como barbarie misma, sino como eventual atropello que produjo el deseo de salir a hacer justicia).


Con tantos engaños, que no se pueden develar a simple vista, nos es difícil dilucidar qué es lo cierto y qué no; qué es lo correcto y qué no: todo esto a pesar de que un buen entendedor pudiera no ser tan fácilmente engañado.


El 18 de abril de 2024 será recordado como una fecha histórica; no porque nos enorgullezcamos de lo que pasó, sino porque aborreceremos para siempre a la buena hija.


El Consejo de Seguridad de la ONU (el techo se derrumba y está lleno de arcilla) votó para el reconocimiento del estado de Palestina como miembro. Ese techo derrumbado no es la muestra de la democracia que todos creemos (la mayoría no gana, sino la ridícula y poco común unanimidad). No es el gobierno de los muchos; es el gobierno totalitario increíblemente. Estados Unidos (miembro permanente) votó en contra del reconocimiento de Palestina como estado: la resolución fue así desestimada.


Las guerras no son justas, pero menos justas aún son las falsas treguas, la calculada paz; y esa región donde yace la cuna de uno de los conflictos más antiguos de los que se tenga memoria en el mundo judeo-cristiano, aún no descansa. La buena hija alienta la guerra con la excusa de defender a los masacrados judíos y con el propósito real de hacerse enclave en el mundo árabe: la buena hija, al final, quiere someterlos a todos.


Imagínese, quitando el irrisorio componente profético y religioso, que sus tierras sean primero conquistadas por un imperio y que (sin saber lo que llevó al avasallado ``mundo civilizado`` a hacerlo y por supuesto, sin interesarle, pues ¿qué me puede preocupar humanamente un invasor?) luego por unas escrituras sagradas que no son las suyas le arranquen un pedazo de su madre patria ya invadida para dárselo a unas gentes desconocidas. No suena nada mal, esto se llama nada más y nada menos que justicia profética (tan bárbara y maliciosa como la justicia humana).


A la fecha, tantos años pasados después de la llegada de los primeros judíos para hacer gobierno y ``patria``, siguen haciendo ilegalmente tierra suya ¿Y qué organismo internacional puede, por Dios, hacer lo justo para detener y sancionar estas expansiones ilegales si no reconocen tan siquiera a Palestina como estado? A lo largo de la Cisjordania se extienden asentamientos judíos ilegales y sin jurisdicción político-administrativa: alrededor de 700.000 personas se cuentan entre estas aberraciones del derecho internacional.


La buena hija vota en contra, no porque le preocupe el terrorismo, sino porque legalmente, ante la ley, los israelitas en verdad solo «conquistan tierras salvajes y expulsan a los bárbaros que hay en ellas». Si no existe, no se protege: ellos han creado un mundo donde les dicen a todos lo que deben ser y lo que no. Todo por un fundamentalismo histórico con profundo matiz religioso.


La religión salva al hombre, la espiritualidad; tanto como le puede destruir.


Valientes y crueles son esos ``nuevos judíos`` que toman sus derechos, no los piden, los arrancan, no los mendigan —como diría José Martí. Uno debe reflexionar profundamente y preguntarse quién creó a estos monstruos que luchan por sus tierras de origen. Uno no puede, sino luchar, cuando su propia casa le está siendo quitada parte por parte.


¿Cómo puede confiarse en que la buena hija sea coherente con los principios si piden a los palestinos que se pongan una guillotina al cuello? Le piden que hagan estado y nación a su imagen y semejanza: así los someten y los conquistan.


A los ``nuevos judíos`` solo les quedaba Gaza (esa prisión hecha terriblemente como si fuera para animales, acorralados frente a la costa, rodeados por un enemigo que ha aprendido muy bien a odiarles). Israel, con la excusa de la miserable venganza, hasta eso les ha quitado. Les ha robado la vida y el futuro a miles de palestinos más. Esa guerra en Gaza ha cobrado la vida de al menos 34,000 personas (incluidos niños) en apenas 365 km² (lo que el tamaño de la ciudad francesa de Toulouse o la mitad de Madrid). La fuerza de todo un país vino a caer con furia ahí, cobrando ojo por ojo en una carnicería de todas las edades y sexos; sin compasión, sin cuartel al fusil. Estos territorios, naturalmente, con el paso de los años se volverán israelíes y en Occidente no se hablará en ningún gran medio sobre el que sí es en verdad genocidio de Gaza (ya hasta el término de matar despiadadamente se discute como si fuere necesario hacerlo): la buena hija lo discute públicamente porque le conviene, tanto como a su anciano y descarado padre.


No es muy arriesgado decir que sea o no orquestada la cruel matanza de aquel festival (matanza que se dio en una de las regiones donde mayor cantidad de servicios de inteligencia y contrainteligencia de varios países hay; con la sabida y constante amenaza de vecinos hostiles); sea o no cierto que el asno con garras de Netanyahu aprovechó esta crisis (que tal vez dejó ocurrir; pues orquestar no es solo hacer, sino también dejar que pase con un propósito y un beneficio estratégico) para declarar estado de emergencia y perpetuarse en el poder, pues no es un secreto que el canoso ya iba de salida y lo querían fuera: perdería las elecciones (el poder ha demostrado que puede hacer cosas peores en la gente). Sea o no cierto, siempre hay algo de verdad en las conjeturas y lo que sí es obvio es que la vieja tierra de los palestinos, donde tan cobardemente se les mató a todos sin distinción, mañana será nueva provincia del estado de Israel.


¡Ese bendito estado! Que mata en nombre de su Dios. La buena hija, poderosa, observa.


Toca la hora de decir que los palestinos son los nuevos judíos, condenados a vagar por la tierra con el anhelo de ver restituida su Patria, algún lejano día.


Fin.


 
 
 

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